El Palazzo Reale de Turín enmarca un anochecer de fantasía. Es Italia, con todo su sabor y su historia, con todo su patrimonio: su arquitectura, su escultura, sus infinitos soportales, su encantador descontrol –el acto empieza y acaba con un retraso considerable– y este viernes, también con sus tenistas, los ocho monumentos de esta temporada. Ascienden uno a uno la hermosa escalinata que conduce hacia un salón envuelto de tapices, lienzos y artesonados, de lámparas acristaladas y colgantes, de espejos verticales y de mármol, bien de mármol. No sobra nada. Bienvenidos al opulento norte piamontés, donde cada esquina ilustra y merece la pena, imposible no detenerse y que no se caiga la baba; también la merece esta Copa de Maestros, con el todopoderoso Novak Djokovic al frente, necesarios aires de juventud y otro más que sugerente atractivo con la primera comparecencia de Carlos Alcaraz, sonriente.

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