Sucedió en Lille, pero podría haber pasado en cualquiera de los campos en los que ha jugado esta temporada el Real Madrid, que ha emprendido el curso caminando por la cornisa, asomado a la derrota, sin terminar de encontrar una estructura con la que ordenarse y gobernar el juego. Y sucedió en el estadio Pierre-Mauroy. Allí se rindió el último campeón de Europa después de 36 partidos sin verse derrotado. Pero volvió a lucir esa especie de ausencia de esqueleto, esa falta de dirección de juego. Apenas inquietó al Lille hasta que despreció los mapas que no conseguía seguir y se entregó al caos. Produjo entonces unos minutos de peligro, un chaparrón de balones al área que se encontraron con el acierto de Chevalier. Fue un grito postrero antes de derretirse en la segunda jornada de esta nueva Champions en la que se ve lejos de la cabeza tras visitar a uno de los rivales que menos temía.

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