Aunque el estadio enseñaba su esqueleto y daba la sensación de estar medio vacío por las restricciones de la UEFA a no poblar las gradas supletorias, era un día para la historia para el Girona, que se estrenaba en casa en la Champions. Sucedió, sin embargo, que el cuento, un tiovivo irremediable, no tuvo un final feliz. Sobre todo porque la propuesta era atildada pero la ejecución fallida, condenado el equipo por errores infantiles —dos goles en propia y otro originado tras una pifia grotesca en el primer pase— y reñido definitivamente con la diosa Fortuna. Jauja para el Feyenoord, que con poco logró mucho. Pero ya se sabe que las primeras veces no suelen ser redondas ni perfectas, acaso imborrables.