Tadej Pogacar es una contradicción con piernas. Como todo el mundo, claro. Combina un ombligo muy suyo, un desdén indiferente y una sonrisa ingenua, todo a la vez, en su cara aún de niño a los 25 años ya cumplidos, con una actitud relajada ante los vaivenes de la vida o las grandes decisiones que conformarán su carrera. Actitudes que casan mal. No es el ego desbocado que se le exige a un gran campeón acostumbrado a que el mundo gire a su alrededor. Es más Anquetil que Merckx. Un día balbucea y huye de una respuesta clara y al día siguiente suelta la lengua sin cortarse, con ironía que alguien puede interpretar como sarcasmo, al tiempo que muestra supina indiferencia por lo que piense el mundo o por la vida interior dentro de su equipo. Búsqueda despreocupada de la intrascendencia. Una cosa rarísima.

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