Conocí un Real Madrid que hacía gala de no preocuparse por los árbitros, a los que miraba a la inglesa. Y hablo del club de una manera integral, incluyendo a los aficionados. Nadie se preocupaba de quién iba a arbitrar el partido inminente. Por supuesto, había enfados con las decisiones en contra o se entendían como tal, con su congruente corte de insultos. Pero se olvidaba, no se archivaba en la mente. El factor árbitro era considerado como uno más de los elementos azarosos que propone el fútbol. Y se miraba con irónica conmiseración la queja continua de sus dos rivales clásicos, el Atlético y el Barça, en cuya cultura estaba impreso el victimismo arbitral.

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