Brasil juega un partido interior, contra sí mismo, en los estadios de fútbol americano de la Copa América 2024: no solo se enfrenta a sus rivales –y muchos de ellos en aparente muy buena forma futbolística, como Argentina, Uruguay y Colombia-, sino también a su grandeza consuetudinaria, que amaga con volverse su propia competidora. Las dudas de juego e identidad que arrastraba a su llegada a Estados Unidos se profundizaron en la primera fase de la Copa. La selección más seductora del siglo XX empieza a sentir saudade de sí misma: Brasil se busca en el espejo y no se ve, salvo en el retrovisor de su historia, que le devuelve un amarillo decolorado y nostálgico.

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