“Estoy muy bien. Muy cansada, no te mentiré”, confiesa Aitana Bonmatí a EL PAÍS, sentada junto a su reluciente Balón de Oro en un taburete en el estadio Johan Cruyff, frente a la ciudad deportiva del Barça en Sant Joan Despí. Posa para los medios con su galardón, da entrevistas, se pasea por su pueblo —Sant Pere de Ribes (Barcelona)— para atender a su afición y charlar y firmar autógrafos a sus fans. Con más fotos, más preguntas, y más firmas. Sí, está cansada. Es jueves, pero ha perdido la cuenta de los días desde que el pasado lunes fuera nombrada la mejor jugadora del mundo. Admite ser consciente de su papel, y de lo que conlleva el premio individual recién conseguido. Sabe que es necesario renunciar temporalmente a su preciado descanso. Pero a pesar de la presión mediática y deportiva, el peso material —“bastante”, asegura Aitana, de 25 años, entre risas— del Balón no se transforma en carga simbólica: “No tengo más presión. Ya me autopresiono yo suficiente como para centrarme en lo que se espera de mí. Yo ya soy suficientemente ambiciosa, y me autoexijo al máximo”. Parece que nada ha cambiado para ella. Y tampoco sus ganas de más y más. “Si algún día desaparece la ambición será el momento de dejar el fútbol”, afirma.
