Corría 2008 cuando los Chicago Bulls eligieron con el número uno del draft a Derrick Rose, hijo pródigo de la ciudad y su nuevo mesías en la NBA. Llevaban ya una década esperando al siguiente Michael Jordan, sumidos en la irrelevancia desde el sexto y definitivo título de la dinastía del número 23 en 1998. Les cayó prácticamente del cielo el base estadounidense, que a los 35 años acaba de anunciar su retirada del baloncesto profesional después de 16 temporadas en la élite. Con muchos altibajos, y sin poder completar su misión por culpa de las lesiones, el jugador abandona el deporte por la puerta de atrás.