Si los torneos y la historia se edifican a partir del poder de la imagen, a buen seguro que Roger Federer puede estar más que contento porque su juguete, esta Laver Cup que poco a poco va adquiriendo perfil, incorporó este domingo otro fotograma de alto contenido simbólico. Ahí reluce la escena de 2017 en la que Rafael Nadal dio un brinco para subirse a lomos del suizo, en perfecta simbiosis, y la deparada cinco años después, en 2022, cuando uno y otro entrelazaron sus manos y rompieron a llorar a dúo en el inevitable adiós del genio e inventor de esta competición intermitente que, a falta de recorrido y tradición, del peso de lo auténtico, tira de estética y de flashazos. Lo protagoniza este último Carlos Alcaraz, símbolo de modernidad y de nuevos tiempos, la bisagra ideal entre una y otra época. Sin Federer, Nadal ni Djokovic sobre la pista, seguramente no hay opción más seductora para el espectador que la del murciano, triunfador en su primera participación.