Anthem es una canción que Leonard Cohen publicó en 1992. Termina con unos versos que dicen «There is a crack, a crack in everything, hat’s how the light gets in» (Siempre hay una grieta, hay una grieta en todo, así es cómo entra la luz). Por esa grieta de la que habla Cohen puede entrar, efectivamente, la luz. También la oscuridad. El piloto de motos Valentino Rossi fue, durante mucho tiempo, una cara atractiva, sonriente y magnética. Un tipo que parecía tener siempre la respuesta perfecta incluso para las preguntas incómodas y cuya aparición fue histórica para el motociclismo. Una personalidad que manejaba el arte de la ironía y a la que se le desparramaba el carisma. Protegida, primero, por el muro que el propio Rossi parecía haber levantado en torno a sí mismo. Y que, con el tiempo, habían consolidado todas las amistades —sinceras y agradecidas— y por los fans que se fueron incorporando con los años. A todo ese material innato se sumaría un condimento único: las victorias. Rossi ganó nueve títulos mundiales en tres categorías y es el piloto con más victorias en MotoGP de la historia: 89. Es muy probable que la grieta en esa estructura humana que parecía infalible estuviera abierta desde hacía tiempo, pero lo cierto es que no fue hasta aquella jornada de octubre de 2015 en el circuito malasio de Sepang en la que soltó una patada a Marc Márquez cuando empezó a entenderse que Rossi era un tipo especial, por supuesto, pero afrontaba miedos y preocupaciones igual que todo hijo de vecino.

