De todo cuanto ocurrió el pasado domingo en el Santiago Bernabéu me sorprendió la valentía con la que el árbitro del encuentro, señor Hernández Maeso, cortó de raíz semejante aquelarre y pitó el final sin apenas inmutarse. Digamos que, en idéntica situación, yo habría prolongado los últimos minutos del choque hasta mediados de julio, que es cuando la Liga pasa a ser un vago recuerdo y el sol ya calienta desde horas tempranas. O puede que estirase ese chicle hasta bien avanzado agosto, con Bellingham y Camavinga pidiéndome por favor que les permitiera irse de vacaciones, que los meses laborales pasan lentos, mientras las noches de verano vuelan entre suspiros.