Cuando Audi anunció en 2022 su esperada incursión en la Fórmula 1, el australiano Adam Baker subió al estrado en el norte de Madrid, junto al circuito del Jarama, y se dirigió al mundo como el indiscutible líder de un proyecto que, en sus propias palabras, aspiraba a luchar por el Mundial a partir de 2028. Tres años después, ni Baker ni el director del equipo, Andreas Seidl, ni el presidente del consejo de administración, Olivier Hoffmann, continúan en el organigrama del gigante de la automoción alemana, que el pasado año dio un volantazo a su hoja de ruta para entregarle las llaves de la marca al antiguo mandamás de Ferrari, Mattia Binotto, y al británico Jonathan Wheatley, clave en el meteórico ascenso de Red Bull desde 2010.

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