En 2021, el Gobierno Británico, por iniciativa de la Reina Isabel II y del primer ministro Boris Johnson, se apresuró a redactar un decreto por el cual amenazaba con expropiar aquellos clubes de fútbol que se unieran a cualquier competición que rompiera con el orden establecido por la Football Association, la federación más antigua que existe, miembro egregio de la UEFA y de la FIFA. El decreto nunca se promulgó. No fue necesario. Bastó con prepararlo, a modo de arma disuasoria. La medida, un gesto extraordinario en la cuna del libre comercio, fue la reacción urgente al anuncio de la creación de la Superliga de Europa, el 19 de abril de aquel año, en plena pandemia. Así lo cuenta un dirigente de un club de la Premier bajo condición de anonimato. Su club, explica, fue uno de los 12 firmantes del manifiesto de constitución del proyecto cismático que encabezó Florentino Pérez como alternativa a la Champions de la UEFA. Un plan original que vivió poco menos de 48 horas, y sobre el que todavía pesa la condena de la Corona británica, patrocinadora del fútbol como bien de interés cultural en el país que lo inventó.

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