El Giro empieza a parecer una cuestión de dependencia. Nada pasa sin el permiso del líder, todos los movimientos dependen de él, que con su permanente sonrisa cuando se baja de la bicicleta, y su rostro pétreo cuando se monta, causa pavor entre sus supuestos contendientes. El pelotón de los ¿favoritos? se paraliza a la espera de lo que decida Pogacar que, sin embargo, no es un tirano al estilo de Lance Amstrong, el ciclista que nunca existió, sino un chico que lo quiere ganar todo y no regalar nada. Solo eso. Como si fuera sencillo.
