En la sala de conferencias no cabe un alfiler cuando Rafael Nadal departe con los periodistas. Tampoco ha conseguido acomodo su agente, Carlos Costa, que escucha atentamente de pie la que podría ser la última alocución de su representado. Con tono aséptico, sin dejar escapar ningún signo de emoción y pensando ya en que deberá hacer mañana, tras unos oportunos días de descanso, el tenista incide en lo que ya subrayaba dos días antes: ni él mismo sabe qué pasará, cuando será el final definitivo de esta última recta tan kilométrica e indescifrable, salpicada de lesiones, cirugía, parones y unos últimos rayos de luz que le invitan, dice, a no perder el ánimo. No se veía tan lejos el balear de la enésima gesta.