Cuando Jakob Ingebrigtsen salte a la pista el miércoles a las 22.26h para la final de los 1.500m, no habrá quien no caiga en la tentación de recordarle al campeón olímpico que esa pista exige un respeto, que en ese lugar, Juegos Olímpicos del 60, cuando la pista era de ceniza aún y las tribunas estaban descubiertas, un tal Herb Elliott, un australiano insolente, convirtió en obra de arte irrepetible la final de la distancia reina, 3m 35,6, récord del mundo y la sensación de que después de eso nadie volvería a ver el mundo, o la vida, igual.

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