Quizá lo peor de este nuevo mundo crispado y polarizado en el que vivimos sea la desaparición progresiva del sentido del humor, de las ganas de pasárselo bien. De frivolizar. Ya no se puede bromear, todo es de una gravedad insoportable. La ironía, ese viejo y extraño mecanismo de refinada inteligencia, es hoy síntoma de descaro, motivo de penitencia. Un chico de 18 años no puede hacer una coña en un programa de coña de un torneo de coña. Porque al final del partido 10 hombres hechos y derechos, entre ellos el capitán de su selección, que le tiró al público encima cuando fue a darle la mano, querrán ir a partirle la cara y tendrá que intervenir la policía. Desconcierta cómo se toma tan en serio a sí mismo el mundo del fútbol, con las tomaduras de pelo a las que nos ha sometido en los últimos años.

