Cualquiera que haya pasado por las tripas de un hospital sabe reconocer la soledad extraña que se siente al estar rodeado de mucha gente, ese silencio pastoso que se filtra entre el barullo sordo del personal sanitario, las visitas, el compañero de habitación, la televisión de monedas, los pensamientos propios… Todo incomoda un poco más a la sombra de un diagnóstico médico y el de Gavi, tras pasar nuevamente por el quirófano, debe sentirse como una derrota íntima, la frustración de un chaval que debería estar planificando conquistas junto a sus compañeros en lugar de acumular cicatrices en su rodilla derecha: qué mundo este, el del fútbol, que fabrica héroes con cara de niño y piernas de veterano, la obra maestra de un guionista con prisas.
