A eso de las cinco de la tarde, la inconfundible silueta de <strong>Marino Lejarreta</strong>, con un suave balanceo, emergía entre la niebla, cerca ya del lago Ercina, el segundo núcleo acuático que corona la subida desde el <strong>Santuario e Covadonga</strong>. Era el 2 de mayo de 1983 y la Vuelta Ciclista a España encontraba su puerto mítico. Igual que el <strong>Tour tiene el Tourmalet o el Giro</strong> presume de la dureza del <strong>Mortirolo</strong>, LaVuelta contó desde aquel día con la seña de identidad que le daba la subida a Los Lagos.

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