En el segundo anfiteatro del Bernabéu hay un hombre que, cuando el centro del campo del Madrid coge el balón, se levanta e indica con el brazo por donde dirigir el juego. “¡Está solo Lucas!”, y Kroos la suelta a Lucas Vázquez, que la pedía en la derecha. De repente, Rüdiger no tiene salida de balón y este hombre, con las mejillas coloradas, se levanta y grita desde arriba del estadio, agitando las manos, dónde debe enviarla. El alemán le hace caso. Hay 15 o 20 minutos en los que las acciones del Madrid obedecen a la perfección a las instrucciones de un hombre alcoholizado pero con las ideas claras respecto al juego, que sin embargo no triunfa: con él al mando, el equipo no encuentra soluciones.