Como el novelista inventa una tierra en la que puedan respirar sus personajes así el Giro de Italia, y no la naturaleza bruta de los Abruzos, crea el Blockhaus, y hasta el nombre se lo sacó del magín Torriani, el inventor del Giro que amamos, asfalto duro y nuevo, pendientes que quitan el hipo hacia pastos en los que saltan rebecos caprichosos como cabras, y hasta nieve más arriba, y un viento de lado y de cara, según giran las curvas, que aniquila la voluntad de la mayoría, la tierra en la que respira y lucha Juanpe López, que crece, de rosa siempre. Peleón y determinado. Y ambicioso. “Mi ambición siempre ha sido ganar”, dice Juanpe, que se vistió de rosa el martes en un volcán, un reflejo de su forma de correr, que parece que va a reventar en cualquier momento, tanto se mueve sobre la bici, tanto esfuerzo agónico parece consumirle, tanto avisa con sus temblores, pero siempre resiste, aunque en el momento más duro el neerlandés del Jumbo Sam Oomen le cierra y está a punto de hacerle caer, y no cae, y se recupera, y lleva la contraria a todos los que creen imposible que vuelva, y vuelve, y sigue de rosa el domingo, donde derrota a la trampa del destino, donde muestra que la voluntad es más fuerte que el miedo, y seguirá el martes, pues el lunes toca descanso. “Si no fuera ganador, no habría sido ciclista”. Y feliz se abraza a Josué Arán, el masajista del Trek que le espera en la meta contando los segundos y le abriga y le da de beber. Y le dice, por 12s sigues rosa. Lo has conseguido. Y los dos ríen a carcajadas, ebrios de alegría.

