No es fácil descifrar a Jannik Sinner, lo que en términos tenísticos se traduce en una extraordinaria virtud. Se desconoce si al número le gusta el póquer, pero dadas sus condiciones y su personalidad bien podría sentarse en una mesa y hacer diabluras con las cartas, con ese semblante y ese gesto eternamente neutros que confunden a cualquiera. En ocasiones, muchas, constantemente en realidad, parece no sentir ni padecer, y para muestra la escena reflejada en el cruce de semifinales contra el inglés Jack Draper, en el que el italiano sufrió una mala caída y se lastimó la muñeca izquierda. Al ser atendido, sin embargo, ni frío ni calor; ni una sola mueca ni un solo signo que revelase el dolor. En el fondo, más de lo mismo de lo sucedido a lo largo de estas tres últimas semanas, en las que el número uno ha reaccionado al impacto del anuncio de su positivo —clostebol, marzo, Indian Wells— con un asombroso blindaje mental que le ha guiado hacia la final.

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