Los debates identitarios han envenenado el mundo. Europa agita el repugnante fantasma del Gran Reemplazo, la sustitución étnica. La culpa es siempre de los inmigrantes, que cruzan medio mundo a pie para imponernos sus costumbres y degollar un cordero en el balcón de al lado justo cuando Fernando Alonso se queda fuera de la Q3 otro sábado. Si yo quisiera conspirar con sustituciones, más que en inmigrantes me fijaría en esa nueva categoría de ciudadano flotante llamada expat. Expatriado. O sea, altos empleados de multinacionales desplazados a ciudades donde la vida es más barata y mejor.

