En la Fórmula 1, como en muchos otros ámbitos y también disciplinas deportivas, las inercias tienen mucha incidencia en los resultados. Durante los últimos dos años parecía que daba igual los obstáculos que se le plantaran delante a Red Bull, que el equipo energético, al volante de un imperial Max Verstappen, caía siempre de pie. La dictadura del búfalo rojo puso fin a la que llevó Mercedes a encadenar siete títulos consecutivos entre 2014 y 2020, después de los cuatro años gloriosos de Sebastian Vettel, el encargado de inscribir en los libros de historia a la escudería de Milton Keynes (Gran Bretaña). Las rachas pueden ser buenas y malas y también se puede pasar de un extremo al otro en un pispás. En esa dinámica anda metido Red Bull, que comenzó el curso con la misma carrerilla que llevó a Verstappen a lanzar confeti los dos últimos años, y que ahora no puede hacer más que achicar agua. La tiritona de los campeones coincide en el tiempo con el brío de McLaren, Mercedes y Ferrari, que este domingo en Monza le hizo la 13-14 a la estructura de Woking, que se presentó en Italia con el coche más rápido y que se dejó birlar la cartera por estrategia.