Lorenzo, después de descubrir la gloria, se dio cuenta de que el paso siguiente era, irremediablemente, volver a bajar. El niño, de siete años, estaba plantado delante del televisor viendo cómo los jugadores de la Selección española levantaban la Eurocopa cuando la realización pasó de esos primeros planos de celebración a uno general del estadio para que se pudiera ver la magnitud de los fuegos artificiales que implosionaban en el cielo del estadio Olímpico de Berlín. Lorenzo, repleto de tierna inocencia, espetó: