La rigidez de Casemiro, su decadencia física y su padecimiento mental a medida que perdía balones víctima de la presión del Liverpool, reflejó la esclerosis del Manchester United. Concluida la pretemporada y cerrado el mercado estival, el 0-3 abrió una herida cuya profundidad no tiene precedentes en la historia del club más rico de Inglaterra. No se trata de bajar a Segunda, como sucedió hace 50 años, sino de algo posiblemente peor. Este domingo se constató que la entrada de un propietario inglés como Sir Jim Ratcliffe no implica ni la aparición inevitable de un gran líder, ni un cambio de rumbo en el declive vertiginoso que ha degradado la identidad de este club contracultural, el que más y mejores equipos atacantes construía en Inglaterra, hasta transformarlo en una casa repleta de propietarios codiciosos y confundidos que no hacen más que despilfarrar cientos de millones de euros sin más efecto que el descrédito que supone presentar año tras año equipos que aspiran a cerrarse atrás y contragolpear, como si dejarse dominar fuera una aspiración de lujo.