Durante años, el Real Madrid ha caminado por Europa con la serenidad de quien confía ciegamente en su linaje competitivo. Las noches inglesas eran un desafío noble entre vaho y lluvia fina. Hoy, ese desequilibrio se ha invertido. La Premier impone su gramática —velocidad, fricción y vértigo— y el Madrid, antaño dueño del desenlace, queda reducido a observar el espectáculo entre bambalinas.

