Los grandes ídolos generan cierta sensación de eternidad. Parece que siempre van a estar ahí. Construyen momentos y sensaciones que se grabarán en la memoria. Pero ellos se irán. Llegará un momento en el que un gesto, una decisión o una palabra marque el principio del fin, aunque eso solo se entenderá cuando el paso del tiempo aporte perspectiva. Durante el periodo en el que su rendimiento no deja de mejorar, acostumbran al hincha a una excelencia que se vuelve cotidiana y que tiene algo de gozo inconsciente por el hecho de estar disfrutando de un deportista en el momento álgido de su carrera. Habrá, incluso, una comunión total que hará que tanto ídolo como seguidores anhelen un final perfecto, con la consecución de ese último trofeo individual o título colectivo que perfeccione el relato. Llegará entonces el momento de hacer balance, de situar la figura del héroe en el lugar que corresponde.