Grita Joan Peñarroya y se desgañita a su vera Zeljko Obradovic, pero los decibelios del Stark Arena de Belgrado, olla a presión en la que se agolpan 20.000 gargantas, desactivan cualquier atisbo de comunicación a 40 segundos del bocinazo final. Nada parece afectar a Will Clyburn, que, con el partido en una posesión, toma el balón, bota, recula, vuelve a botar y lanza desde el logo para enmudecer al pabellón del Partizan y desatar el estupor en las gradas. Una jugada, la última del brillante alero estadounidense en la Euroliga, que bien podría resumir el desempeño de este Barcelona: capaz de asaltar las plazas más temidas en Europa y de consumar solo dos días después ante el UCAM Murcia su tercera derrota de la temporada en el Palau.

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