Una mañana de verano en 2004, Aurelio de Laurentiis desayunaba en una terraza de Capri, la isla donde toda su familia veraneó siempre. En el periódico había una suerte de edicto en el que se anunciaba el concurso de acreedores de la sociedad que administraba el club de fútbol Napoli. Él, que a lo sumo le había interesado el baloncesto y no tenía ni pajolera idea de aquel deporte, pensó que podía ser una aventura divertida y un buen negocio. “No quedaba nada, solo una afición y un logotipo. Y había una subasta para comprar un trozo de papel”, recordaba en una entrevista con EL PAÍS. Desembolsó 33 millones de euros y en tres años subió al equipo a la Serie A. El resto de sus éxitos son historia. Pero también el de sus salidas de tono, enfados y manera de gobernar un club algo despótica. El lunes por la noche, con 29 puntos menos que la temporada anterior y a 48 horas del encuentro de octavos de final de la Champions con el Barça, liquidó al segundo entrenador de esta temporada.

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