Llega a lomos de la ultraligera Orbea gris y rosa con el dorsal 323 con la que recorrió los 20 kilómetros de la prueba ciclista del triatlón de los Juegos Paralímpicos de París, después de la de natación y antes de la carrera, y con la medalla de oro que ganó ese día metida en la riñonera. Con esos detalles, Dani Molina, que se revelará como un hombre hipersensible que se emociona varias veces durante la entrevista, hace las delicias del fotógrafo ya que, además, ha propuesto quedar en la “rotonda de la bici”, una enorme glorieta presidida por una gigantesca bicicleta de hierro, muy cerca de su casa en Guadalajara. Al bajarse a saludar, impresiona oír chocar contra el asfalto la prótesis de su pierna derecha, que le amputaron desde la rodilla tras un accidente de moto cuanto tenía 22 años, una pieza especialmente diseñada para anclarse directamente al pedal. Cuando, tras posar para las fotos, Molina se sienta a charlar en el bar de una gasolinera cercana, se quita el casco y las gafas de competición y mira a los ojos, me quedo tan perpleja que se lo suelto a bocajarro:

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NADAR, PEDALEAR, CORRER

Daniel Molina Martínez (Madrid, 50 años) nació por segunda vez a los 22 años, el día en el que un accidente a lomos de su moto le seccionó la femoral y cuya recuperación exigió la amputación de su pierna derecha desde la rodilla. Hasta entonces, nadaba como deportista aficionado pero, al salir del hospital, la natación, primero, y el triatlón, después, fue el asidero al que el entonces estudiante de Arquitectura Técnica se agarró para superar el trauma. Como paratleta, Molina ha sido cinco veces campeón del mundo y seis de Europa, antes de ganar el oro en los Juegos Paralímpicos de París 2024. Para él, la prótesis es, más que un cacharro, una extensión de su cuerpo. Tiene por lo menos siete: “Dos de correr, dos de caminar, una para la bici, una para practicar esquí y otra para esquí acuático”. No descarta añadir alguna a su colección. “Siempre se puede mejorar la técnica, pero la verdadera máquina soy yo”, bromea.

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