Había cuerpos que después del verano ya no eran los mismos. Era curioso sentir cómo el estatus en un vestuario de fútbol a los 15 años se tambaleaba por completo solo por el mero paso del tiempo, de junio a septiembre. De pronto, al mediocentro torpón que se pasó el segundo año de cadetes en el banquillo le habían crecido los pies cuatro tallas y ahora era un central en potencia. Ese portero regordete que jugaba los minutos de la basura ya no tenía barriga y además de pararlas por abajo ahora también llegaba al larguero. A algunos el crecimiento se les aceleró tanto que no dejaban de sufrir problemas en las rodillas, y a otros muchos, la mayoría, su físico nunca les dio ninguna ventaja.