Antes del partido, en la última charla, lo último que Carlo Ancelotti hizo con su plantilla fue ver un vídeo con todas las remontadas del año. Eran ocho. “Ahora está incompleto”, advirtió encantando después de otro tsunami el italiano. Media hora antes del inicio del encuentro, Carletto había comentado en los micrófonos de Movistar que les habían puesto un vídeo a sus jugadores, pero sin dar detalles. Aquello lo escuchó Pep Guardiola, que había salido el primero al Bernabéu. Vestido completamente de negro, con un jersey de cuello alto, sentado en un extremo del banquillo, pensativo y con los brazos cruzados, el catalán siguió esas declaraciones de la previa desde su rincón mientras se frotaba la cabellera vacía, metía la cabeza abajo y esbozaba una ligera sonrisa. Luego se marchó sigiloso al vestuario. Cuando volvió sobre el césped, no dejó de gesticular, festejó sin grandes aspavientos el 0-1 y, al borde la campana, asistió atónito al hundimiento de los suyos. Con cada gol blanco se subió un poco más las mangas del jersey negro luto.

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