La soberbia es el motor de los campeones, de Ana Peleteiro, por ejemplo, y se expresa en forma de rabia, de furia, de se van a enterar, y también de amor nacido de la tristeza, como cuenta la atleta gallega, tan sentimental, quien, con la voz a veces quebrada, será la emoción, explica en una conferencia de prensa en Madrid, las razones y las circunstancias de su última decisión: dejar de entrenar en Guadalajara a las órdenes de Iván Pedroso, el arquitecto de sus éxitos —doble campeona de Europa, aire libre y pista cubierta, de triple salto; medallista de bronce den los Juegos de Tokio, plusmarquista nacional (14,87m)— para volver a su tierra, a su pueblo, Ribeira, en A Coruña, donde entrenará en un estadio que lleva su nombre a las órdenes de su marido “y compañero de vida”, el francés Benjamin Compaoré, de 37 años. “Siempre me he dejado llevar por el corazón”, dice. “Pero esta vez, además, por primera vez no he sido impulsiva, lo he meditado mucho”.