Mientras Joan Laporta regresaba al palco del Santiago Bernabéu después de resquebrajar la alianza con Florentino Pérez y su Superliga para acercarse a la Champions y a Aleksander Ceferin —“todo muy institucional, correcto”, comentaba un directivo azulgrana sobre el reencuentro—, y Lamine Yamal sufría que Carvajal lo pusiera en la picota de Chamartín, Hansi Flick observaba desde una cabina cómo su equipo se extraviaba en el campo. ¿Lo paradójico para el alemán en la Castellana? Tanto Laporta en los despachos como Lamine en el vestuario representan dos encrucijadas complejas de resolver en una segunda temporada en la que no encuentra las herramientas tácticas para que su Barça se reconozca en el espejo.

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