Sonó el final y Rodrygo, de repente hechicero mayor de la leyenda blanca, cayó de rodillas sobre la hierba, brazos en alto, ahogado de emoción. Solo. Sus compañeros saltaban en corro al otro extremo del campo, después de otra remontada, esta en una semifinal de Champions, un prodigio que aún no tenían en el catálogo. Rodrygo agitaba los brazos en el vacío. Hasta que lo alcanzó Vinicius, y ya tuvo a quien abrazarse. Después ya llegaron todos, y un poco más tarde unas camisetas que el Madrid había preparado serigrafiadas en cuya espalda se leía: “A por la 14″. Fe institucional en otra resurrección.

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