Puede que por convivir con un prodigio se pierda la perspectiva. El Villarreal tiene opción real y razonable de plantarse en la final de la Liga de Campeones, la competición por la que suspiran los mejores clubes del mundo. Algunos con prespuestos mastodónticos, respaldados por Estados capaces de inyectar millones con abrir un grifo de crudo o una llave de oleoducto. Contra ese poder ha peleado un club construido desde la gestión más razonable. Y futbolera, claro.
