Brasil no es uno de esos países que va por el mundo dando golpes en la mesa. Siempre ha preferido la discreción, usar sus encantos y buscar consensos. Pero el enésimo ataque racista contra Vinicius Júnior en un estadio de fútbol español, europeo, colmó la paciencia de los brasileños, con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva a la cabeza. El domingo por la noche, muy pocas horas después de que el árbitro pitara el final del Valencia-Real Madrid, la crisis era ya de magnitud y la repercusión mundial. El Gobierno brasileño tardó un suspiro en dejar claro su monumental malestar porque llovía sobre mojado: “La reiteración de los ataques requería una respuesta fuerte de Brasil para que las autoridades españolas y la sociedad españolas sean conscientes”, explican fuentes diplomáticas brasileñas. “No puede ser que [Vinicius] sea objetivo sistemático y que no pase nada”, añaden.

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